COMO todo estudiante de Estadística sabe, para que una encuesta permita obtener conclusiones fiables, con pequeño margen de error, no hace falta tomar una muestra muy grande de la población (4.000 ó 5.000 individuos pueden bastar para un estudio que afecte a toda España, por ejemplo), pero sí resulta imprescindible que la muestra esté bien elegida, sea representativa.
Cuando el CIS, en su último barómetro, concluye que la inmensa mayoría de los españoles considera la actual situación política mala o muy mala, y no digamos nada de la situación económica, se trata, por el rigor de sus encuestas, de algo digno de crédito, que debiera hacer reflexionar a los dirigentes de los principales partidos políticos. Lo mismo sucede cuando hace una estimación del resultado de unas elecciones que se hubieran celebrado semanas atrás, en las que se hubiera producido una clara victoria del PP, por mucho que la valoración que merezca su líder sea bajísima.
Leer, en cambio, los comentarios que muchos lectores están haciendo en estos días en las ediciones digitales de los periódicos extremeños sobre sucesos tan lamentables como el del centro de menores de Badajoz o el de Torreorgaz no permite conclusiones científicamente válidas, pues sus autores no representan fidedignamente a todos los extremeños, forman una muestra sesgada. Pero algunas sospechas y temores sí permite albergar. La violencia verbal que se aprecia en la mayoría de esos comentarios, por ejemplo, aunque sea para censurar lo ocurrido, la horrible sintaxis con la que se formulan, el total desprecio de las más básicas reglas ortográficas que muestran, son verdaderamente alarmantes.
Lástima que el recién creado Instituto de Estadística de Extremadura aún no haya tenido ocasión de analizar la verdadera opinión de la población sobre sucesos tan graves. Sería preocupante que, de haberlo hecho, hubiera establecido que reacciones tan extremas como las que algunos exhiben no son aisladas, sino que se hallan muy arraigadas entre nosotros.