"ALMEJAS a la marinera". Así nos martirizan desde hace días los potentes altavoces que, a bordo de un automóvil que recorre las calles cacereñas, se meten en nuestros hogares sin que nadie –salvo el ilustrísimo ayuntamiento, que habrá visto en esa ruidosa publicidad un mérito para lo de la capitalidad cultural– les haya dado permiso. En el mejor estilo pueblerino que quepa imaginarse. Anuncian una llamada “feria del marisco”.
Ya no tenemos bastante con la propaganda que encontramos en los buzones de nuestras casas, que tiramos directamente a la papelera. Ni con la invasión que hacen de nuestros hogares esas llamadas telefónicas a horas intempestivas en las que esforzados trabajadores que no tienen mejor forma de ganarse la vida nos ofrecen maravillosas ofertas si contratamos con su compañía la conexión a Internet. Tampoco parece bastar con el eterno “ha llegado el tapicero, señora” –a los hombres, que nos den–, que ya forma parte de nuestras tradiciones. Ni con los coches anunciantes de cualquier cosa que si se paran en un semáforo cuando cruzas la calle pueden dejarte los tímpanos hechos polvo. Ahora, como digo, son las almejas, la empanada, el “marisco preparado por los mejores cocineros gallegos”. ¿Y mañana? ¿El queso manchego, la fabada asturiana?
Comprendo que los honrados tapiceros, marisqueros, vendedores de lo que sea, deseen que su negocio prospere y recurran a los medios que juzguen oportunos para vendernos sus productos. Lo que no me cabe en la cabeza es que quienes tendrían que prohibir tan molestas formas de anunciarse las permitan sin pestañear, mientras se les llena la boca con lo modernos que somos o viajan acá o allá a costa del contribuyente para mendigar que nuestra ciudad se constituya en sede de la cultura europea. Nos podríamos ahorrar los gastos que tanto viaje ocasiona. Unos buenos vídeos que junto a las novatadas universitarias recogieran los sonidos habituales de nuestras calles mostrarían mucho mejor que ellos nuestros indiscutibles méritos.