SIEMPRE se ha dicho, aunque no sea políticamente correcto, que un bobo engaña a cien. Y ello sigue siendo cierto, incluso más que nunca, gracias a los medios de los que hoy en día dispone el tonto inicial para engatusar a quienes le escuchen.
La otra noche, aburrido del infame vodevil del caso Gürtel, hastiado del alarde de pésima sintaxis, banderitas de España en la muñeca y navajazos que nos han ofrecido los Costa, Camps y compañía, cogí el mando a distancia y me puse a hacer zapping. Hoy, una pequeña antena parabólica te permite ver canales de todo el mundo, de modo que fui pasando de los telediarios chinos (en francés e inglés) a las noticias de la bolsa neoyorquina; de las películas francesas a la información que proporciona de modo continuo Telesur, la televisión venezolana. Y, en esto, la BBC, la CNN, y supongo que otras emisoras, interrumpieron abruptamente sus programas y mostraron en pantalla un enorme globo, con aspecto de platillo volante, que recorría el cielo de Colorado, en los Estados Unidos, y que, según nos contaban, llevaba en su interior un niño cuya vida corría serio peligro.
Lo verían ustedes: transmisión del vuelo desde cámaras instaladas en helicópteros, sesudas lecciones sobre aeronáutica y la influencia en la trayectoria del globo de la temperatura, el viento; entrevistas a expertos pilotos... Finalmente, el globo aterrizó, la policía lo rodeó como a los malos en una película... y todo resultó ser una broma. El niño no había salido de casa.
Millones de personas en todo el mundo embaucadas por el cuento. Pero lo sucedido supera la condición de anécdota y nos debiera hacer reflexionar sobre la necesidad de dudar de cualquier cosa que nos cuenten quienes se mueven en aras, exclusivamente, de la máxima audiencia, aunque sea contándonos una fábula. Y que me disculpe el señor Rajoy si al escribir lo anterior me vienen a la cabeza sus manifestaciones de plena confianza en la honradez de la banda levantina. Es una bobería más gorda que el globo de Colorado.