COMO TODOS los años por estas fechas, los problemas del sistema educativo vuelven al primer plano de la actualidad. Forman parte de la rutina de cada curso. En esta ocasión, apaciguada la alarma sobre el peligro en las aulas de la nueva gripe (aunque sea raro el día en que no nos asustan los medios con la noticia del fallecimiento de un anciano acá o allá), los temas que vuelven a ser objeto de debate son los de siempre: cómo reforzar la autoridad de los profesores y, especialmente en nuestra región, cómo sacar provecho, de una vez, de los nuevos medios tecnológicos, que se anunciaron como panacea de todos los males.
Respecto del primero, cerca de cuarenta años de experiencia docente me hacen pensar que la autoridad del profesor, más que en leyes que criminalicen comportamientos inadecuadas de los alumnos, ha de basarse en el trabajo diario de los docentes, en el respeto a que se hagan acreedores con su ejemplo, su actitud y sus reacciones ante los esporádicos episodios de indisciplina y violencia verbal (la que tiene otros rasgos es excepcional). Ahora que el PP quiere aplicar el código penal a chavales apenas salidos del destete, sería una pena que partidos que supuestamente tendrían una visión menos represiva de cómo solucionar los problemas se hicieran partícipes de esa forma de ver las cosas. Menos mal que pese a su comunión con la jerarquía católica el PP no ofrece el rezo del rosario como remedio universal.
En cuanto a las innovaciones tecnológicas, ¿qué decir? Los miles de ordenadores instalados hace años en todos los institutos extremeños han llegado a la vejez sin apenas haber servido para algo más que pasar lista en clase. Y, pese a ello, se sigue entronizándolos. Ahora, aunque la promesa parece que fue un tanto precipitada, se dice que dotar a cada alumno de un ordenador portátil hará que su conocimiento del lenguaje, su aplicación al estudio, su rendimiento escolar, progresen de forma inusitada.
Menos leyes, menos derroche, y más seriedad, más controles del rendimiento de los centros, menos permisividad a la hora de conceder títulos y más seguridad de que éstos abrirán verdaderamente puertas a quienes los consigan. Lo demás son pamemas.