17 de julio de 2009

La Luna, 40 años después

LEYENDO El viento de la Luna, de Antonio Muñoz Molina, caigo en la cuenta, y luego me lo recuerdan los periódicos, de que hace ya cuarenta años del histórico paseo de Neil Armstrong y su compañero (de nombre olvidado: así de injustas son las cosas para los segundos en cualquier carrera) por la superficie de nuestro satélite. De nuestro único satélite, aunque hoy se pronuncie tal palabra y todo el mundo piense en uno cualquiera de los que entonces llamábamos “satélites artificiales”.

Recuerdo aquella calurosa madrugada cacereña, con media ciudad en vela, mientras en el televisor en blanco y negro se veían las imágenes borrosas de algo que sucedía a casi cuatrocientos mil kilómetros de distancia. El entonces famoso corresponsal Hermida auguraba próximas conquistas espaciales, que luego han resultado lejanas, mientras acentuaba el carácter épico de lo que millones de espectadores en todo el mundo contemplábamos con la respiración contenida.


Pocos días después, Paris Match, la revista francesa, publicó un dibujo que captaba perfectamente un aspecto oculto del acontecimiento, al margen del hito histórico que en sí mismo supuso. La ilustración mostraba una gran ciudad de enormes edificios. En el cielo, brillante, la Luna llena. Tras cada una de las ventanas de los rascacielos, un televisor encendido en el que aparecía la misma Luna que presidía la escena. Delante del televisor, en cada habitación, un espectador contemplaba ensimismado la realidad a través de los ojos de otros.

Pienso en ello hoy, cuarenta años después, cuando constato día tras día que la realidad ya no es lo que sucede ante nosotros, a mayor o menor distancia. La realidad es lo que nos quieren contar. Hay incluso quien mantiene que aquel paseo lunar fue pura ficción. No lo creo, pero es cierto que centenares de muertos violentamente en China parecen no tener importancia, mientras que el fichaje de un futbolista ocupa horas de televisión; que miles de niños muertos de hambre al año en el mundo no merecen nuestra atención, mientras un muerto en los sanfermines ocupa todas las portadas... En estos años el medio, en efecto, se ha convertido en el mensaje.