HOY TODA LA prensa habla de la concentración celebrada ayer en Mérida, en conmemoración de no sé qué aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía. Un día, según los cronistas más entusiastas, que "pasará a la historia" –¡otro más!– Nos cuentan que el presidente de la Junta "se baja de su coche oficial, a las nueve y media de la mañana, para recibir a los miles de ciudadanos que asistirán a esta cita, muchos de ellos trasladados en más de 120 autobuses". Autobuses, sí, como en los viejos tiempos... No añade la noticia si hubo dietas y bocadillos.
Pero no seré yo quien objete nada a esa concentración, como no lo hago a las que hacen los aficionados al fútbol o al rock. Lo que mis pobres entendederas no pueden comprender es eso de que los asistentes a la fiesta transmitieran en Mérida su "orgullo de ser extremeños". ¿Orgullo de ser extremeños? Entendería que alguien se sintiera orgulloso de su profesión, si fue elegida por él, de su trabajo bien hecho, de sus amigos, de su familia... pero ¿de ser extremeño, vasco, andaluz o venezolano?
Algunos despotrican mucho de estos y aquellos, les llaman insolidarios, separatistas, atentadores contra la sagrada unidad de la patria, pero, en el fondo, se les nota un poco envidiosos por no haber llegado adonde ellos.