Hace unos días, charlando con un amigo sobre la dichosa crisis, se dolía éste de que el batacazo se ha producido “sin comerlo ni beberlo” por nuestra parte. La gente que tenía ahorros ve impotente cómo éstos han perdido gran parte de su valor, quienes habían adquirido recientemente una vivienda por la que estarán endeudados de por vida asisten incrédulos a la bajada de su precio... Y todo ello como caído del cielo, o del infierno, por accidente, sin que los ciudadanos hayamos tenido arte ni parte en ello. Y qué decir de quienes han visto sus nombres añadidos a las listas de parados, ¿qué les hacía pensar en esa posibilidad hace nada?
De la experiencia de estos meses cabría concluir que nuestro modo de vida no es tan definitivo como pudiera parecer. Y si sistemas económicos que se juzgaban inmejorables muestran ahora su verdadero valor, lo mismo sucederá tarde o temprano con otras leyes que hoy se tienen por intocables y que en cualquier momento serán superadas por las circunstancias. En un país en el hay quien se escandalice por un “¡Viva la República, muerte al Borbón!”, como si la monarquía fuera sagrada, en un lugar en que se defiende la presencia de símbolos religiosos en las instituciones públicas como si viviéramos en los tiempos del caudillo bajo palio, bueno sería sacar conclusiones de lo ocurrido en la economía: el mañana está por escribir.