NO SÉ QUIÉN redactará los discursos del Rey, pero a buen seguro que no es él mismo. Y a buen seguro, también, que todo lo que dice en sus intervenciones públicas es previamente conocido, por no decir autorizado, por el Gobierno de turno y por el mayor partido de la oposición. De modo que, aun reconociendo no haber oído al monarca en la intervención de fin de año y haberme limitado a leer el discurso en Internet, me parece un poco hipócrita que el PSOE exprese su total acuerdo con las palabras del Jefe del Estado. ¡Cómo no estarlo, si posiblemente las hayan escrito ellos!
Apenas llama ya la atención, qué quieren que les diga, la actitud cortesana de un partido que si en su día aceptó la monarquía como un mal menor, lo cual pudo entenderse porque la realidad no siempre se pliega a nuestros deseos, al menos podría ser más prudente hoy a la hora de manifestar sus nuevas afinidades. No se trata de salir ahora con extemporáneos vivas a la república, pero entre un extremo y otro hay puntos medios razonables. No es de extrañar que ante el conformismo imperante los jóvenes participen cada vez menos en la vida política.
En cuanto al discurso en sí, no hay verdadera razón para el desacuerdo, dada su futilidad. Plagado de tópicos y trivialidades –“despleguemos con inteligencia y tesón nuestra bien probada capacidad de superación, tirando del carro en la misma dirección”– buenas palabras –“son muchos los motivos para sentirnos orgullosos de España, para alimentar la necesaria confianza y esperanza en el futuro”–, se trata de una pieza, iba a decir oratoria si no hubiera sido leída, que no pasará a la historia de los grandes mensajes políticos ni a la de la Literatura. Aunque sea cierto que a quienes aún recordamos aquellos últimos discursos del sanguinario dictador, aquella tragicómica marioneta moviendo en vertical su brazo derecho, mientras nos echaba la bronca a todos, palabras como las del otro día, por tópicas e insustanciales que resulten, nos puedan parecer gloria bendita.