LEO EN LA PRENSA que el descenso del número de universitarios en Cáceres en los últimos años ha hecho que una conocida residencia estudiantil haya tenido que cerrar sus puertas. Es una información que se añade a otras anteriores en la misma línea que hablaban de la dificultad de determinados centros y facultades para lograr una matriculación que hiciera rentable su funcionamiento. Y ello sucede, curiosamente, en las mismas fechas en que un informe elaborado por el Ministerio de Trabajo acerca de las profesiones de las que se requieren más titulados en toda España, se señala la imperiosa necesidad en muchas provincias de médicos, ópticos, ingenieros informáticos... El lector juzgará, a la vista de ambas situaciones –escasez de alumnos, por una parte, y demanda de titulados en determinadas especialidades, por otra, a lo que habría que añadir el paro existente entre graduados en estudios de reciente existencia–, si la política de creación y distribución de centros universitarios en nuestra región, que algunos juzgamos basada más en criterios de amiguismo y corporativismo que en razones de utilidad social, fue la mejor de las posibles. Aquello de con mi dinero –el de todos– hago lo que quiero ha traído estos frutos.
Se trata, en todo caso, de un asunto que no debe ser tratado a ligera y que habría que contemplar desde un punto de vista más amplio, que analizara la opinión ciudadana sobre el papel de la universidad y sobre los rasgos que debieran caracterizar a su población estudiantil. Porque si se indaga un poco al respecto la conclusión puede ser desalentadora. El periódico en el que se informaba del cierre de la residencia terminaba su nota indicando no que el descenso del número de estudiantes se manifestara en una menor afluencia a bibliotecas o actividades culturales diversas, conferencias o sesiones de teatro; no. “La decadencia estudiantil”, decía el rotativo, “la aprecian otros sectores económicos, entre ellos los dueños de bares y discotecas”. ¡Estamos apañados!