EL FORMIDABLE DRAE, tantas veces mencionado aquí mismo, recoge ya, contra lo que uno pensaba, el término globalización, al que define como “tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales”. Pero, aunque pudiera alegarse que, en el fondo, todo lo rige la economía, la globalización abarca otros campos de la actividad humana. Globalización sería también la cada vez más débil frontera entre los hábitos alimenticios, recreativos, culturales, en este o aquel otro país, en este o aquel otro hemisferio. La boina hace tiempo que desapareció entre nuestros lugareños y hoy muchos de ellos lucen esas gorras de béisbol yanquis con las que, en su país de origen, ilustres personajes incluso asisten a solemnes acontecimientos. Me parece recordar, por cierto, que hasta la mostró el presidente más nefasto que se haya conocido en los EE UU en los últimos tiempos –y mira que hay donde elegir– cuando anunció años ha el fin de una guerra, la de Irak, que supondría entre otras cosas la estabilización del precio del petróleo. Precio que, desde entonces, se ha septuplicado. Si alguien pensara todavía que el devenir de la humanidad se rige por la lógica y la racionalidad bastaría con mostrarle al tal Bush para desmontar en un segundo su teoría.
Todo esto viene a cuento de una foto con la que me acabo de topar en Internet en la que se ve una valla publicitaria en un país que, por la grafía de las letras, es del este de Europa. En ella, una conocida multinacional de la comida basura, cuyos establecimientos pueden encontrarse en medio mundo, anuncia un nuevo y revolucionario producto: ¡La paella! Y quien la ofrece es un joven de innegable belleza ¡vestido de torero!
Así que nuestro producto más conocido internacionalmente –la paella– y la profesión más singular en este ruedo ibérico, que por algo se llama así –la torería–, ahora son objeto de consumo en tierras no cristianas. El capital, en efecto, no conoce de patrias.