UNA VEZ QUE ZAPATERO (y no exactamente el PSOE) se ha instalado por otros cuatro años en la Moncloa, gracias en buena parte a su innegable tirón personal, el espectáculo que están ofreciendo los del Partido Popular es realmente penoso. No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de hasta qué punto la derrota electoral ha dejado a Rajoy y sus huestes en paños menores, con todas sus vergüenzas al aire. Sea a nivel nacional –esos constantes navajazos entre los partidarios del líder gallego y los de Aguirre, por ejemplo– o a nivel regional –con unas dimisiones y reconsideraciones de dimisiones que producen vergüenza ajena–, la sensación que los dirigentes populares están produciendo en el espectador es, como digo, deplorable. ¡Quién los vio, en la época del Aznar más pletórico –el de la mano del emperador sobre su hombro–, y quién los ve! Un tal Pizarro que se iba a comer el mundo, relegado al gallinero en el Congreso; un tal Acebes, antaño sobrado si de defender lo indefendible se trataba, y cuya forzada sonrisa de hoy no logra enmascarar el rictus de la derrota; un tal Zaplana retirado a los cuarteles de invierno, en espera de mejores tiempos...
¿Podría el lector citar el nombre de un solo dirigente del Partido Popular, aquí, en Extremadura, al que vea futuro? Quien hasta ahora encabezaba ese grupo en la Asamblea, como se sabe, ha preferido el retiro dorado (dicho sin doble sentido) que supone ser diputado de segunda en la Carrera de San Jerónimo. Antiguos prebostes de la derecha, a los que se encontraba uno hasta en la sopa, están desaparecidos. Y en varias ciudades de nuestra región (lo de comunidad autónoma me sigue sonando raro), perdidas hace unos meses las alcaldías de Mérida y Cáceres, los ediles del Partido Popular, pese a sus meritorios esfuerzos, apenas si levantan cabeza. Se los ve en las fotos de los periódicos con caras de circunstancias, con gestos de derrota, como si fueran conscientes de estar interpretando en la comedia un papel de meros comparsas.
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