SI DIÉRAMOS CRÉDITO a lo publicado por la prensa británica hace meses –que buena parte de los jóvenes de aquel país ignoraban quién fue Winston Churchill–, también habríamos de aceptar que algunas de las otrora famosas sentencias del antiguo primer ministro estén cayendo en el olvido. Por ejemplo, aquella tan citada antaño en nuestro país y que hoy en día puede incluso ser incomprendida por buena parte de los lectores: “Democracia es que, cuando llaman a tu puerta a las cinco de la mañana, sea el lechero”. Y acaso sea incomprendida no sólo porque la tradicional estampa del lechero que repartía su mercancía de casa en casa (trayéndola desde El Casar con la ayuda de sufridos burros, en el caso de Cáceres) desapareció hace décadas, sino porque la mayoría de la ciudadanía actual no ha vivido, afortunadamente, la época en que quien podía llamar de madrugada a las puertas, o abrirlas de un patadón, no era precisamente gente de bien.
Olvidada o no, tras las elecciones del pasado domingo podríamos decir que la sentencia del lechero sigue siendo certera. La democracia consistiría, si a los hechos hubiéramos de remitirnos, en que todo resulte previsible, en que no haya sobresaltos, en que a las pocas horas de unos comicios en que participan millones de personas, todo vuelva a su cauce (si alguna vez se salió de él), en que el margen para la sorpresa sea cada vez más reducido. Unos suben un poco, otros bajan algo, la gente vota desapasionadamente, sin grandes ilusiones; contenta, si se quiere, pero sin tirar cohetes en esa tópica “fiesta” a la que tanto aluden los políticos. Las habas están contadas, las horquillas se cierran rápidamente, las variaciones en el cuerpo electoral son mínimas. Aquí, en Extremadura, las capitales de provincia siguen siendo tan de Calle Mayor como siempre...
Este periódico publicó hace menos de dos semanas una estimación de resultados que otorgaba al PSOE el 42,5% de los votos. El domingo obtuvo el 43,6%. ¿Quién, sino el lechero, puede llamar de madrugada?
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