A MI MODESTO ENTENDER son dos, fundamentalmente, los problemas de la derecha en España. El primero de ellos, su carencia de líderes que pudieran llevarla hacia posturas más centradas, únicas que le permitirían incluir entre sus votantes a muchas personas de mentalidad conservadora que no ven con buenos ojos la permanente tendencia de los dirigentes del PP a situarse en un extremo del arco ideológico. Una UCD renacida (y no digamos si fuera liderada por un nuevo Suárez) tendría magníficas expectativas electorales. Conozco a mucha gente que tiene reparo en votar al PSOE pero que no dará el voto al PP en tanto sean Acebes, Zaplana o el mismísimo Aznar los que marquen la pauta.
El segundo gran problema de la derecha es que, pese al tiempo transcurrido desde que el dictador entrara bajo palio en las iglesias, no ha sabido desprenderse del olor a cerrado y sacristía. Así, puede hacer suyos con toda tranquilidad y luego divulgar infundios descabellados que son fruto del más rancio beaterío (insuperables, las declaraciones de la Botella dando por cierta la trituración de niños en las clínicas abortistas, patraña que se asemeja a las que nos contaban a la gente de mi generación en los inolvidables ejercicios espirituales de nuestra infancia); despotrica de leyes sobre derechos civiles de las que luego es la primera en beneficiarse (que se lo pregunten a Cascos o a Rato), desprecia actitudes mayoritarias en la sociedad en asuntos tan importantes como el de evitar dolores insoportables a los enfermos terminales (recuérdese el hipócrita montaje del hospital de Leganés) o el de permitir que cada cual elija el tipo de familia que prefiera...
Si los del PP fueran un poco más listos tendrían ahora, tras la nueva proclama electoral de los obispos, en la que es difícil discernir si destaca más la hipocresía o el tremendismo, una ocasión de oro para desprenderse de tanta caspa. Bastaría con decirles a Rouco y compañía que, para provocadores y cuentistas, les basta con Martínez Pujalte.
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