HE LEÍDO en algún sitio que Televisión Española ha ofrecido a los partidos políticos la posibilidad de sustituir los tradicionales espacios de propaganda electoral, que habían ido perdiendo interés en los últimos años, por spots publicitarios que se insertarían, como unos anuncios más, en la sucesión de ellos con las que la televisión pública (y no digamos las comerciales), atiborra su programación diaria.
La idea me parece magnífica. Por dos razones. La primera, que cualquier medio que haga crecer el interés de la ciudadanía por la política debiera ser bien recibido. Hace años se hablaba del desencanto para referirse a esa desilusión que se había instalado entre los españoles en los años 80, una vez superada la efervescencia apasionante de los primeros años de la democracia. Hoy no es que haya desencanto; es que ni siquiera se recuerda cuándo hubo encanto. Cualquier actuación que ayudara a resucitar esa ilusión, aunque fuera por unos días, debiera ser acogida con los brazos abiertos. ¿No compra la gente enciclopedias que se anuncian en la tele, aunque luego no las lea?
La segunda razón es que esas cuñas breves, con cancioncillas pegadizas y rimas sencillas, como quien calcula compra en Sepu, encajarían mejor que sesudos debates en el tipo de campaña en la que PP y PSOE se han embarcado. Términos como subasta, rebajas, ofertas, están a la orden del día; hasta el punto de que, leyendo la prensa, podría uno creer que lo que tiene en las manos es uno de esos folletos comerciales que los hipermercados meten en los buzones de nuestras casas. No me extrañaría que, incluso, algunos viejos militantes que no hayan perdido totalmente los ideales por los que tomaron partido hace años y conserven alguna capacidad crítica estén desorientados, no sabiendo si se hallan en una organización política o en una pura empresa de captación de votos a cualquier precio.
¿A cualquier precio? No, a 400 euros o un 3% de disminución del IRPF, según los casos. ¡En qué poco valoran nuestra papeleta!
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