CON TODO EL RESPETO que merece la memoria de alguien, ya fallecido, que probablemente se limitara a cumplir con lo que él creyó su deber, la lectura en la prensa de cierta noticia me trae al recuerdo un episodio ocurrido en Cáceres hace ya 40 años y que dio la vuelta al mundo. Eran los tiempos, recordemos, en que la censura cinematográfica transformaba relaciones adulterinas –como en Mogambo– en incestuosas, por el sencillo método de convertir a los amantes en hermanos; en que la Guardia Civil detenía a las primeras turistas que osaban mostrarse en bikini en alguna playa... Los tiempos, qué vamos a hacerle, si así es la historia, en que los obispos no sentían necesidad de orientar el voto de nadie, ni siquiera de pedir al caudillo, por el que rezaban en todas las misas, que nos dejara votar de vez en cuando... Los tiempos, lo diré ya, en que el nombre de un municipal cacereño dio la vuelta al mundo tras ordenar retirar de un escaparate una reproducción de la maja desnuda de Goya. El buen hombre obraría así, supongo, en defensa de sus principios, como en defensa de los propios obrarían los concejales cacereños que le otorgaron una distinción honorífica tras la hazaña.
Episodios como ese, ocurridos aquí y en otros lugares de España, se podrían citar muchos otros: La obligación con la que se encontraban las mujeres, por ejemplo, cuando deseando visitar algún edificio de carácter religioso eran conminadas a ponerse velo; la necesidad para las niñas de lucir en clase de gimnasia unos pololos inmensos...
Las cosas han cambiado en nuestro país como nunca hubiéramos soñado. Y, hoy, hasta los mismísimos británicos tendrían motivos para envidiarnos. Que se lo pregunten, si no, a los usuarios del metro de la otrora avanzada Londres, que, según la noticia que citaba al principio, acaba de retirar de sus paredes el anuncio de un exposición en el que aparecía una bellísima Venus de hace 500 años por “temor a herir ciertas sensibilidades”. ¡Quién se lo hubiera dicho al cabo Piris!
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