LOS GOBERNANTES MUESTRAN su auténtica talla, su rostro más genuino, cuando han de adoptar decisiones difíciles. Y difícil era la decisión que la huelga de hambre de José Ignacio de Juana, que a punto estaba de costarle la vida, había obligado a tomar al Ejecutivo de Rodríguez Zapatero. Difícil, entre otras razones, porque había que acordar cuáles prevalecían, si los criterios humanitarios y de sensatez política, o los inspirados por la Ley del Talión; porque había que optar entre los argumentos basados en el interés público y los meramente electorales y populistas. La decisión era difícil porque, de producirse en el sentido en que se ha producido, frente a ella se encontraría una oposición instalada permanentemente en la extrema derecha que intentaría, intentará, rentabilizarla electoralmente sin reparar en medios. Una oposición que, digámoslo claramente, quería sangre.
La decisión era difícil, sí. Pero ha sido la acertada. Porque somos muchos, también, los que no estamos a favor del ojo por ojo, los que apoyamos iniciativas legales y democráticas tendentes al fin del terrorismo. Porque, en resumen, la fortaleza de un Estado se demuestra haciendo uso inteligente de las competencias que los ciudadanos atribuimos a las autoridades y no rigiéndose por criterios de venganza. El Gobierno, pues, ha hecho lo que tenía que hacer. Enhorabuena.