10 de febrero de 2013

«Donde quiera que esté»

VOY A escribir algo que no quisiera que molestara a nadie, pero es una de estas cosas que uno siente la necesidad de decir, para evitar que el silencio respetuoso se confunda con el asentimiento. Me refiero a ciertas manifestaciones de duelo que se producen tras el fallecimiento de algún amigo, algún compañero, familiar…

Hasta hace poco, no solo eran los creyentes (que siguen haciéndolo y están en su derecho) quienes, atendiendo a la literalidad de sus palabras, daban por segura la presencia de la persona fallecida (o su alma) en un paraíso que, según las distintas religiones, adoptaba una u otra forma. Los cambios de hábitos sociales y el hecho de que los no creyentes hayan ido asimilando poco a poco que también están en su derecho a manifestar su preferencia por la razón sobre lo que algunos podríamos llamar superstición, permitieron desde hace unos cuantos años que las expresiones de contenido religioso se tornaran, en situaciones de duelo, por otras de tipo menos comprometido, como "que descanse en paz", dando por hecho que alguien que ya no existe pueda  descansar de forma alguna…


Pues bien: en los últimos años está tomando auge una fórmula con la que, cargados de la mejor voluntad del mundo, quienes la utilizan quieren englobar tanto las expresiones de tipo religioso como esas otras menos comprometidas. Me refiero a esa fórmula recurrente de «donde quiera que esté [el fallecido]».

No quiero molestar a nadie, repito, pero ¿cómo que "donde quiera que esté"? ¿Un cielo que puede ser el de los ángeles y vírgenes? ¿Otro más ecléctico, más terrenal, más acorde con los tiempos, que sirva para un roto o un descosido?

No, lo lamento mucho. El desaparecido no estará en ningún sitio. En ninguno. Ni arriba ni abajo; ni a la izquierda ni a la derecha. O, si hubiera de hacer una concesión: en el Cielo con Dios Padre –para quienes crean en esas cosas– o en ningún otro lugar. ¡Qué le vamos a hacer!