24 de mayo de 2011

¿Puede querer algo Extremadura?

HAY EXPRESIONES en el mundo de la política que pese a su futilidad hacen fortuna y se extienden como la mala hierba. Algunas son fruto de un día, pero otras se instalan en el lenguaje de forma tan sibilina que, sin darnos cuenta de la falacia que encierran, pasamos a considerarlas verdades irrefutables. En épocas pre o poselectorales el fenómeno adquiere dimensiones alarmantes.

Les pongo un ejemplo: ¿Se han encontrado ustedes en la calle esta mañana, o ayer por la tarde, a Extremadura? ¿Les ha saludado? Quizás ustedes no, pero quien por lo visto sí ha debido encontrársela es Monago, el victorioso líder del PP regional. Según él, «Extremadura quiere un gobierno del PP». Ya digo, supongo que lo afirmará porque Extremadura se lo haya dicho en persona. Yo, pongamos por caso, a lo más que me atrevería sería a decir que un 35% de extremeños han dado su voto en las últimas elecciones al PP (supongo que por una gran variedad de razones), lo que ha permitido que a este partido le correspondan 32 escaños en un parlamento de 65.
 

No quisiera que estas líneas fueran interpretadas por nadie como un inútil intento de negar la evidencia: que el PP ha sido el partido que más votos ha obtenido en Extremadura y que su victoria en ciudades como Cáceres o Badajoz ha sido un éxito incontestable y difícilmente repetible en el futuro, por él mismo o por cualquier otro partido. Lo que quiero decir es que, si es difícil precisar las razones que a cada uno de los electores le llevan a votar al partido A o al B, pretender conocer el inexistente pensamiento colectivo de cientos de miles de personas es propósito imposible.

Porque, claro, si, a efectos exclusivamente dialécticos, aceptásemos que Monago tiene razón cuando afirma que Extremadura piensa tal o cual cosa, entonces, basándonos en que ha votado el 76% del censo y, de este porcentaje, lo ha hecho al PP el 46%, entonces también podríamos afirmar que solo uno de cada tres extremeños, aproximadamente, quiere que gobierne el PP. Sería una interpretación tendenciosa de lo ocurrido.

En fin, no neguemos el laurel al vencedor, reconozcamos su legítimo derecho a la euforia, aceptemos que ha ganado en buena lid, pero permanezcamos vigilantes para que en la vorágine de estos días no nos hagan comulgar, ni unos ni otros, con ruedas de molino.