MIENTRAS que hace años acontecimientos como los entonces frecuentes golpes de estado en Latinoamérica nos resultaban remotos y apenas si teníamos noticias de ellos, ahora, la transformación que internet y la televisión por satélite han producido en el terreno de la información nos permite seguir al minuto lo que ocurre en cualquier lugar de mundo; como Honduras, por ejemplo, el país centroamericano del que lo más que nos llegaban hasta hace poco eran noticias sobre huracanes y otros desastres naturales.
Hoy, sin embargo, gracias a esos medios antes inexistentes puede ver uno en directo lo que, si se lo contaran sin imágenes, sin testimonios personales, podría parecer pura ficción: Militares enmascarados asaltando un palacio presidencial, secuestrando a un jefe del Estado, metiéndolo en un avión y mandándolo al extranjero, declarando el toque de queda... ¡y diciendo hacerlo en nombre de la democracia! Cuando estas líneas se publiquen el presidente hondureño, Zelaya, si se cumple lo anunciado, estará a punto de regresar a Tegucigalpa acompañado de dirigentes de países amigos. Ojalá la fuerza bruta, los militares golpistas, se rindan a la evidencia: el rechazo de su pueblo y de la comunidad internacional a una conducta tan criminal como anacrónica, y permitan el pacífico retorno a su puesto del legítimo presidente violentamente separado de él. Ojalá todo concluya sin sangre.
En ocasiones como ésta es cuando la gente demuestra su verdadera faz. Aznar, por ejemplo, cada vez más caricaturesco, refiriéndose a lo sucedido en el país centroamericano como “lamentables episodios”. Episodio, incidente... Es como si se lamentara de que hace mal tiempo. En España algunas organizaciones políticas han sido ilegalizadas por no condenar la violencia como medio de acción política, y ello acaba de recibir el aval del Tribunal de Estrasburgo. ¿Se medirá alguna vez con la misma vara a quienes, como el inefable ex presidente del Gobierno califican un golpe de estado como lamentable episodio?