ES MUY LEGÍTIMA, faltaba más, la intención de obtener el máximo beneficio por parte de quienes emprenden negocios, siempre que respeten unas normas básicas de conducta y no utilicen malas artes para ello; lo cual no siempre ocurre. Hay ejemplos sobrados en nuestro país de quienes, abusando de la necesidad ajena, han ganado dinero a espuertas sin que ni siquiera esas ganancias se hayan manifestado a efectos fiscales. No sé qué ocurrirá en otros lugares, pero no creo que existan muchos en los que el comprador de una vivienda, por ejemplo, tenga que llevar en el bolsillo un buen fajo de billetes para completar el precio que figura en las escrituras públicas y ello se considere absolutamente normal.
Un asunto lamentable es el de ciertas cadenas de televisión, que incurren a menudo en prácticas poco ejemplares desde un punto de vista ético. Esos programas en los que en aras de los índices de audiencia y los ingresos por publicidad se exponen miserias humanas que nadie debiera explotar, pongamos por caso. Hizo época una emisión de hace años en la que, cuando una mujer destrozada relataba el drama en el que se hallaba, estando a punto de llegar al colapso emocional, fue interrumpida por el presentador que le pidió esperara unos minutos antes de seguir, para “dar paso a la publicidad”.
Sin embargo, nunca había visto algo tan indignante como lo del otro día en una cadena que, sin incurrir en el tópico, podríamos llamar de extrema derecha. ETA acababa de matar a un inspector de policía en Bilbao y los invitados al programa opinaban sobre tan desgraciado acontecimiento. Mientras, en la parte inferior de la pantalla, aparecían mensajes enviados por los espectadores. El presentador tomó la palabra: “Sigan enviando sms a tal número, expresando su repulsa por el asesinato”. Lo que no aclaró fue el coste de cada uno de esos mensajes que, recibidos a miles, aprovechándose de la rabia de los remitentes, engrosarían la cuenta de resultados de la cadena. ¿Es ése un modo decente de ganar dinero?