3 de abril de 2009

La política es un espectáculo

CON EXCEPCIÓN de las que se hicieron contra la guerra de Irak, dejé de asistir a las manifestaciones callejeras cuando se puso de moda dar saltitos en ellas mientras se coreaban eslóganes de tan fácil rima como dudoso gusto o, aún peor, cuando se hizo habitual caminar marcha atrás al ritmo de “con este gobierno vamos de culo”. No me parecía serio. Mi modelo de manifestaciones era aquel –aunque no sea tan viejo como para haberlas conocido en persona– en que en los primeros de mayo republicanos sesudos intelectuales encabezaban elegantemente vestidos cortejos que casi parecían desfiles de opositores a notarías.

Pero el que hoy en día la mayor parte de esas manifestaciones callejeras sean difíciles de distinguir de algunos desfiles festivos, con las excepciones que se quiera, como ha ocurrido recientemente en Barcelona, no hace sino confirmar que, también a ese nivel, la política tiene cada vez más de espectáculo. Puede ser muy importante el equipo que respalde a un aspirante a presidir un Gobierno, pero mucho más aún lo es que cuando acuda a un programa de televisión lleve una corbata que no desentone con el decorado o que se muestre simpático y cercano a los espectadores, aunque la simpatía acabe al segundo de apagarse los focos.


Todos hemos visto las fotos de la llamada cumbre del G-20. Sin duda, muchos ciudadanos de todo el mundo leerán detenidamente los acuerdos alcanzados, analizarán sesudamente cómo repercutirá lo decidido en sus vidas. Sin duda. Pero aún estoy más seguro de que para la inmensa mayoría de los espectadores de televisión, de los lectores de prensa, la reunión quedará resumida en esa foto en que el histriónico primer ministro italiano hace gala de todas sus dotes. Las mismas que le han convertido en líder indiscutible de la política de su país. ¿Recuerdan cuando aquí, en Cáceres, puso los dedos tras la cabeza de un ministro, como si les estuvieran haciendo una foto en el patio del colegio? La pobre Isabel II debe estar aún sobreponiéndose del susto.