HUBO UNA ÉPOCA en que al pan se llamaba pan, al vino, vino, y quienes se dedicaban a la política se expresaban como personas normales. Hablaban de viviendas y no de soluciones habitacionales, de pobres y no de desfavorecidos, de muertos y no de daños colaterales... Como recordaba un periódico hace unos días, hoy se utilizan muchos eufemismos intentando enmascarar una realidad incómoda, que puede despertar inquietud entre la gente, a la que conviene ocultar el auténtico carácter de muchas cosas.
Sin embargo, hay otras modas lingüísticas, y perdonarán los expertos mi atrevimiento, que no obedecen, creo yo, a fines más o menos inconfesables o a propósitos manipuladores. Obedecen a razones mucho más prosaicas; como, probablemente, la poca afición a la lectura de quienes las practican o la exagerada tendencia de algunos a pensar que cuanto más rebuscadas resulten las palabras y más cursis las frases, más cultos parecerán quienes las pronuncian. Y que conste que esa moda no es exclusiva de políticos. ¿Cuántas veces hemos oído decir en la televisión, pongamos por caso, que la lluvia hizo acto de presencia en tal o cual lugar, en vez de decir, sencillamente, que llovió? ¿Hablarán los locutores así en su casa?
Últimamente se da un caso muy singular de ocupación por parte de una palabra de terrenos que no le eran propios. Es apostar. Hoy los políticos no eligen entre varias posibilidades, ni optan entre diversas soluciones, no. Apuestan. Se pasan todo el día apostando. De modo que no es de extrañar que hasta la concejala cacereña de dinamización –¡vaya con la palabrita!– manifestara la semana pasada, tras un evento musical que resultó un rotundo fracaso por la escasa asistencia de público y el coste que a las menguadas arcas municipales le supuso, que “Juanes fue una apuesta fuerte para la ciudad”. No sé qué opinará el lector, pero un servidor preferiría que los concejales no apostarán más. O, si lo hicieran, que fuera en el casino y con su dinero, no con el de los contribuyentes.
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