12 de octubre de 2005

Con esta oposición resulta fácil

CUALQUIER LECTOR de las sencillas reflexiones que con mi firma se publican de vez en cuando en estas páginas sabrá que el presidente de la Junta de Extremadura no es santo de mi especial devoción. Su bronca manera de expresarse, su continua atribución a los demás de las causas de los males propios, su manía de hablar en primera persona cuando menciona los logros o los proyectos de su gobierno, como si realmente le importasen tres pepinos las colaboraciones ajenas, incluidas las de sus propios subordinados, no le hacen acreedor, creo yo, de excesiva admiración desde un punto de vista político. Y si se me alegaran su honradez, su austeridad, que nadie pone en duda, para que mejorara mi opinión sobre él, habría de recordar que también de algunos destacados personajes de nuestro pasado más reciente se decía que eran honrados a carta cabal y no por ello eran objeto de nuestro entusiasmo, por poco que gastaran en maquillaje (no había más que mirar ciertas pobladas cejas) y en diversiones (las diarias comuniones y golpes de pecho no les debían dejar mucho tiempo para ello). De cierto almirante que tuvo un final trágico, se decía que utilizaba viejos bolígrafos Bic pegados con cinta adhesiva para firmar disposiciones que nos hacían la vida imposible a los españolitos de entonces. ¡Líbrenos, pues, Dios, salvadas las astronómicas distancias, de tales personajes honrados, que de los sinvergüenzas ya nos libraremos por nosotros mismos!

Claro que los resultados de las elecciones en Extremadura, convocatoria tras convocatoria, son los que son. Y ello no es casualidad. De modo que nadie podrá atribuir a nuestro personaje el que no sea auténticamente representativo de una buena parte (la mayoría, si quieren) de nuestra población. ¿Quién mejor que él podría representar, por ejemplo, a esos pensionistas extremeños que el otro día se colocaron en las cercanías del Congreso de los Diputados gritando “¡España, España!” cuando el presidente del parlamento de Cataluña accedía al edificio de la Carrera de San Jerónimo para entregar el proyecto de nuevo Estatuto?

Pero reconocido tal mérito de nuestro hombre, admitido que encarna a la perfección algunos de los rasgos más característicos de la mentalidad de sus paisanos, sería lícito preguntarse si esas continuas victorias electorales, ese continuo paseo militar, no tendrán algunas otras explicaciones exógenas, ajenas a sus propias características personales y políticas. Y si no habrá alguna razón que no haya que buscar ni en él ni en su partido político que explique tan contundentes y repetidas vueltas al ruedo, si me permiten una expresión que seguro que a él le sería cara. Y la respuesta la tendría uno sin más que mirar a la oposición. Al Partido Popular. Yo no sé qué ocurrirá en otros lugares (o sí lo sé: basta con oír a Acebes) pero aquí, en Extremadura, parece que la desesperación hace caer a la derecha más rancia en el ridículo. Y a una prueba reciente me remito. Porque podrá tenerse la opinión que se quiera del presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, pero decir de él que “es dogmático, intransigente, intolerante con todo lo que no coincide con sus intereses, irrespetuoso, arrogante…”, como hizo en este mismo diario el otro día el secretario provincial del PP en Cáceres, atribuirle la “utilización de los máximos recursos de la propaganda más ruin”, supone a mi juicio (amén de una más que dudosa eficacia en discurso tan plagado de calificativos) un magnífico recordatorio a los electores extremeños de que las habas están contadas. Y de que a la hora de votar sólo hay dos opciones: o Ibarra o los que así se expresan (en realidad hay otra, pero me la reservo para que nadie me riña). Y, claro, ante esa disyuntiva, aún le quedan muchas vueltas al ruedo que dar a nuestro hombre. Sólo nos cabe desear que sea para bien.