14 de octubre de 2005

Autoridades en ceremonias religiosas

SOY EMPEDERNIDO lector de periódicos desde mi más tierna infancia. Recuerdo aquellas largas tardes del verano cacereño de cuando no existía la tele en las que esperaba nervioso la diaria llegada a casa de mis padres del Extremadura, como entonces llamábamos (y algunos seguimos haciendo) a este diario. Lo más interesante que tenía, y con esto ya está dicho todo, eran los ecos de sociedad: “Finalizado su veraneo en las Viñas de la Mata, regresaron ayer a nuestra ciudad los señores de Menganito, queridos amigos nuestros”. Los periódicos nacionales, por otra parte, llegaban con un día de retraso, de modo que las noticias que nos daban eran añejas, tanto como ya en la propia época lo eran aquellos papeles repletos de loas y ditirambos a los jerarcas franquistas. A las autoridades “civiles, religiosas y militares” por utilizar la expresión entonces habitual. Pero, qué digo: ¿Sólo entonces?

Envidio al magnífico Alonso de la Torre, cuya perspicaz pluma enriquece desde hace tiempo estas páginas. Y lo envidio, entre otras cosas, por la forma tan sutil, tan desprovista de acidez, con la que es capaz de analizar el singular acontecer de mi ciudad, Cáceres, a la que con acierto, no exento de ironía, llama la “ciudad feliz”. Aunque no sea el único columnista al que envidio. Uno muy famoso, que publica en un periódico de Madrid, decía hace unas semanas que prefería correr el riesgo de equivocarse y tener que rectificar que andar escribiendo siempre con la monserga de la corrección política como norma. Y se trata de un criterio que comparto. Como lector impenitente de periódicos, como les decía, me aburren quienes bajo el pretexto del equilibrio pretenden quedar bien con todo el mundo. Eso, a veces, es imposible. Por ello, a quienes carecemos de la sutileza de Alonso, no nos queda en ocasiones más remedio que ser un poco brutos. Un poco impertinentes. ¿O no se trata de impertinencia?

El caso es que vengo observando perplejo en los últimos tiempos que pese a los cambios experimentados por nuestra sociedad y pese a que las autoridades varían, algunos comportamientos de éstas permanecen inalterados. Como si los viejos tiempos de los “ecos de sociedad” no se hubieran extinguido del todo. Y a veces me digo que siendo la realidad tan difícil de modificar por la exclusiva voluntad de los humanos (no basta con querer dar trabajo a todos para lograrlo, por ejemplo), los políticos elegidos para gobernar, los únicos en los que se delega la autoridad en una democracia, podrían al menos cuidar un poco más los aspectos formales de su conducta. Podrían procurar que su deseo de lograr votos no les condujera a seguir modelos que ya debieran haber pasado a la historia. Por ejemplo: Un cuerpo de funcionarios de la administración pública, la Policía Nacional, celebra la festividad de los Ángeles Custodios, a quienes tiene por patronos. Salvado el anacronismo de que aún existan esos patronazgos, salvado incluso que una hipotética mayoría de los funcionarios afectados quisieran dar a su celebración un carácter religioso, ¿qué demonios pintan en las correspondientes ceremonias eclesiales las autoridades gubernativas? Otro caso: si la Guardia Civil efectúa una demostración para poner de manifiesto su magnífica preparación o su encomiable actitud de servicio a la ciudadanía, ¿por qué sus máximas autoridades han de acudir a un acto confesional, siguiendo fielmente la liturgia católica? ¿Qué sentido tiene que el director general de esa institución pida “la ayuda mariana” para el mejor cumplimiento de sus funciones? Porque incluso si, efectivamente, fueran razones de tipo electoral las que movieran a algunos a comportarse de forma tan chocante (¿se imaginan algo parecido en Francia, por ejemplo?) habría que decirles que el tiro puede salirles por la culata. Entre otras razones porque si de postrarse en representación de la ciudadanía ante una imagen religiosa se trata, los “de toda la vida” saben hacerlo mucho mejor que ellos. ¿No están ustedes de acuerdo?