18 de diciembre de 2014

El Papa y Cuba

HACE UNAS semanas vi una larga entrevista (está aquí) de un periodista argentino al entonces recién elegido Papa, Francisco (de verdadero nombre Jorge Mario Bergoglio). Me pareció un hombre sensato que, pese a mantener unas creencias que a mí me resultan incompatibles con una asunción racional de la condición humana –perdón por ponerme en plan metafísico barato–, expresaba unas opiniones sobre cuestiones de actualidad muy dignas de ser tenidas en cuenta. Alejado del hieratismo glacial de Ratzinger y del pensamiento, más que conservador, abiertamente reaccionario, de Wojtyla, me hizo pensar que, por fin, entraba un poco de aire fresco en las malolientes instalaciones del Vaticano. Incluso llegué a pensar, recordando la extraña muerte en 1978 de Juan Pablo I, cuyo papado duró apenas 33 días, que haría bien Francisco en mandar analizar cada noche, antes de mojarse los labios con ella, la infusión que le prepararan al retirarse a  descansar.



Hoy, un día después del histórico anuncio por parte de Barack Obama y Raúl Castro del próximo restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y los EEUU, emocionado aún por los discursos de ambos y por los reportajes que pude ver en la televisión cubana, en que gente de todo tipo y condición manifestaba una abierta alegría por lo anunciado, ambas partes reconocen y agradecen públicamente la fundamental intervención en el proceso de reconciliación del Papa Francisco.

Que una organización tan artrósica, tan falta de flexibilidad, tan dogmática, pero también de tanta capacidad de influir en cientos, si no miles, de millones de personas, como la Iglesia Católica, sea encabezada por alguien como este hombre  de buena voluntad, que podría ser el viejo amigo con el que tomamos café a diario, Bergoglio, debiera constituir para todos, católicos o no, creyentes o agnósticos, un motivo de satisfacción.

Creo que el día de ayer se estudiará en el futuro no solo como el día en que, en cierto sentido, terminó de verdad la Guerra Fría, sino como la fecha en que la intervención de un Papa en pro de la  resolución justa de un conflicto que duraba más de medio siglo, tuvo un papel decisivo. El acuerdo logrado constituye, desde mi modesto punto de vista, un triunfo del pueblo cubano, que no se ha plegado al imperio, y de la sensatez de Obama, cuyo sentido común nos hace considerar imposible que sea el sucesor en la Casa Blanca de aquel energúmeno amigo de Aznar... el tal Bush, que se disfrazaba de aviador de la II Guerra Mundial para anunciar el fin de una guerra (la de Irak) que él mismo inició y que, lejos de haber finalizado pese a los años transcurridos desde entonces, cada día sigue produciendo decenas de muertos.

El Papa Francisco, en resumen, es un señor Papa, al que todos debiéramos felicitar y agradecer su intervención en un problema que parecía irresoluble. Cuando hay voluntad política para resolver un conflicto, las leyes no son un obstáculo (pienso ahora en la liberación de los cinco cubanos encarcelados en EUU, alguno de ellos a varias cadenas perpetuas). Algunos de por aquí que yo me sé, si no fueran tan imbéciles, harían bien en aplicarse al cuento.