EXISTEN varias formas de hacer propaganda
política. Una de ellas, la más burda, consiste en llenar los medios
antes llamados de información de loas sin tino e imágenes celestiales
del pagador a cuyos intereses se sirve. Así, nos encontraremos con
periódicos cuyo permanente quehacer consistirá en glosar sin pudor los
inconmensurables éxitos del querido líder o toparemos con debates
supuestamente plurales en las televisiones (autonómicas, no autónomas)
en los que moderadores de total confianza sabrán cómo llevar las
sardinas a las ascuas pertinentes… Es tan flagrante el asunto que, aun
ciego y sordo, uno se percataría de ello...
Pero existe otra forma más sutil de proceder, una manera más imperceptible de incrustarse en el subconsciente de los lectores, de los oyentes poco avisados... Consiste en dar por ciertos supuestos que no lo son o -seamos condescendientes- susceptibles de distintas interpretaciones.
Hoy, por ejemplo, presentada en Extremadura una moción de censura contra el presidente de la Junta, Monago, se puede leer en un diario regional: “El líder del PSOE buscaba el efecto mediático [al presentar esa moción] y lo consiguió, metiendo nuevamente al zorro en el gallinero de Izquierda Unida, una formación que, por segunda vez esta legislatura, está obligada a decidir entre apoyar a los socialistas o dejar que siga gobernando quien ganó las elecciones”.
Pues no, lo siento. Monago no ganó las elecciones. Su partido, el Partido Popular, fue el más votado, sí, pero no tanto como para alcanzar mayoría en el parlamento… Si Monago se sentó en el sillón de la Presidencia de la Junta no fue porque “ganara las elecciones”; fue porque algunos que pudieron evitarlo se lo consintieron. Los mismos que, por cierto, no creo que dentro de unos días caigan de caballo alguno.