23 de julio de 2011

Malas prácticas en televisión

OCURRIÓ en los primeros años de las cadenas privadas de televisión en España y, si en las facultades que antes se llamaban de periodismo se impartiera alguna asignatura de ética profesional, supongo que seguiría siendo un buen ejemplo de lo que un periodista no debe hacer: En uno de los programas que originaron la expresión telebasura el presentador interrogaba a una pobre mujer que acababa de vivir una horrible tragedia. Aunque la mujer procuraba contener su emoción, a medida que el periodista le requería detalles de lo sucedido le resultaba más difícil evitar las lágrimas. Iba a responder la buena señora, ya definitivamente desmadejada, a la última y decisiva pregunta del entrevistador cuando éste la interrumpió bruscamente: «No, no, espere; no me conteste ahora, hágalo después de la publicidad».

Han pasado años, pero algunas cosas, incluso en una cadena que no es de las peores, como la Primera de RTVE, parecen no haber cambiado. Siendo la audiencia lo que más preocupa a todas las televisiones, en aras de ella se sacrifica lo que sea menester. Incluso noticiarios que han recibido premios internacionales parecen estar abonándose a prácticas deleznables. El último ejemplo, que yo sepa, ocurrió el pasado lunes.


Había leído la presentadora del telediario nocturno los primeros titulares, culminados con el intercambio de los habituales y no siempre oportunos comentarios con la locutora de deportes, cuando empezó a poner voz a un vídeo sobrecogedor, que mostraba cómo varios adultos eran arrastrados por una riada en la India, siendo tragados por las aguas enlodadas a pesar de sus esfuerzos por salvarse. Mientras, milagrosamente, un niño pequeñito, apenas consciente de lo que sucedía, quedaba de pie sobre un pequeño promontorio acosado por una corriente brutal que amenaza con llevárselo por delante, como a sus padres y hermanos.

Quienes lo vieran lo recordarán. Y recordarán cómo la locutora adelantó que el niño se salvó, pero cortando el vídeo abruptamente con un «luego lo veremos» que les dejaría perplejos. ¿«Luego lo veremos»? ¿Todo vale para mantener al espectador pendiente de la pantalla? ¿Merece ese trato mercantil el pobre niño del vídeo? ¿Merecemos los espectadores ser considerados como individuos morbosos que solo importan si de incrementar la dichosa cuota de pantalla se trata?