18 de junio de 2011

España en la guerra de Libia

UNO DE LOS MALABARISMOS utilizados en su día por Felipe González para lograr que la mayoría del electorado, opuesta inicialmente a la pertenencia de nuestro país a la OTAN, diera su brazo a torcer fue que la integración se haría solo en la estructura política de la organización, no en la militar. Aquello recordaba a los que dicen asistir a los espectáculos de striptease por la música, pero la estratagema, junto a una manipulación magistral de la televisión, dieron finalmente la victoria a quienes pasaron sin despeinarse de afirmar «OTAN, de entrada no» a ocupar puestos directivos en la institución, como ocurrió con Javier Solana.

Traigo eso a colación para buscar antecedentes al proceder de Zapatero en relación con la guerra de Libia. Hace un par de días, tras recibir a Rasmussen, secretario general de la organización militar, acordó la expulsión del embajador de aquel país (el mismo que acompañaba no hace tanto a Gadafi en sus visitas a la Moncloa y a la Zarzuela) y anunció que España se mantendrá indefinidamente en la guerra. ¿Qué fue de las pegatinas de 2003?


Los aviones de la OTAN han realizado más de 10.000 misiones desde que, según lo autorizado por la ONU, se inició una intervención humanitaria cuyo único objetivo era establecer una zona de exclusión aérea. Luego, burlada la resolución de Naciones Unidas, se pasó a participar activamente en la guerra, bombardeando edificios civiles, ametrallando soldados... No diré yo que el régimen de Gadafi haya sido un modelo de respeto a los derechos humanos, pero sus opositores, rebeldes bien armados, tampoco me recuerdan a los pacíficos manifestantes de El Cairo o Túnez.

Es cierto que hay situaciones a las que los gobernantes han de enfrentarse sin mucho margen de maniobra. Tal sucede, por ejemplo, con la crisis económica, de carácter global. Cuando se critica a Zapatero por sus decisiones en este terreno es probable que no se sea del todo justo con él. Quizá no le hubieran cabido muchas otras opciones. Pero en asuntos como el de la guerra de Libia, ¿no habría podido mantener una mayor independencia de criterio? ¿En estos tiempos precisamente se le ocurre apoyar a quien, como Rasmussen, exige que se incrementen los presupuestos de defensa? En este final de ciclo político, a muchos nos hubiera gustado ver un Zapatero un poco más fiel a los principios, incluido el antibelicista, que le auparon al poder.