18 de diciembre de 2010

Los intereses de España y del PSOE

CIRCULAN a menudo en el mundo de la política ciertos tópicos que, a base de repetirse, adquieren carácter de verdades irrefutables aun cuando, si se analizaran con detenimiento, resultarían más bien escasos de rigor. Uno de los más recientes, también utilizado hace unos días por el presidente de la Junta de Extremadura, es el de que las medidas adoptadas por el Gobierno para superar la crisis económica redundarán en el bien de España, aunque perjudiquen al partido socialista.

Antes que nada habría que establecer qué se entiende por España, porque dicho así, sin más, pudiera pensarse que en un país tan complejo como el nuestro es posible tomar decisiones que beneficien de igual manera a todo el mundo. Es cierto que el PSOE abandonó hace ya tiempo el marxismo, pero de ahí a pensar que no existen las clases sociales media un trecho, creo yo.


Pero, al margen de eso, admitida incluso la idea de España como suma de todos los españoles, la afirmación de marras me parece preocupante por, al menos, un par de razones. En primer lugar, porque nunca hubiera uno pensado que los intereses del partido socialista llegarían a ser considerados por sus propios militantes como contrapuestos a los de la ciudadanía o, al menos, su mayoría democráticamente expresada.

Se me podrá argüir que he entendido mal y que, en realidad, lo que se dice es que las decisiones tomadas últimamente tendrán un elevado «coste electoral», que el perjuicio ocasionado al PSOE se medirá en votos perdidos. Si así fuera, la afirmación de Vara sería más consistente. Más consistente desde un punto de vista lógico, pero a costa de un penoso sobrentendido: que la gente común, a diferencia de sus gobernantes, no sabe lo que le interesa y eso la llevará a votar dentro de unos meses, no a quienes buscan su bien, sino a quienes, en lugar de arrimar el hombro para salir del atolladero, se frotan las manos viendo pasar el cadáver de su enemigo.

Me temo que sea esto lo que suceda, que, casi cuarenta años después de la muerte del dictador, Zapatero y los suyos hayan asumido con resignación (y, probablemente, con acierto) que la sociedad española es exactamente la que algunos programas de televisión de creciente audiencia reflejan. Tendrían razones entonces para decir lo que dicen, pero el precio que habríamos pagado por ello se me antoja excesivo.