6 de noviembre de 2010

Escribir al congresista

NO SÉ CUÁL sería la primera película americana en la que oí aquello de «escribiré a mi congresista», pero fue hace mucho. Desde entonces, cada vez que he vuelto a oírlo he pensado que en aquel país los políticos saben con quién se juegan los cuartos. Sea porque una calle esté mal asfaltada, porque el sheriff se haya extralimitado en sus funciones o porque un servicio público no funcione, el congresista recibe una carta y asunto resuelto.

Aquí, en España, nadie tiene su congresista. Viviendo un servidor, por ejemplo, en Cáceres, circunscripción por la que en los últimos comicios resultaron elegidos dos diputados del PSOE y otros dos del PP, tendría que admitir que, teóricamente, cada uno de ellos me representa en igual medida, de modo que si hubiera de escribir a mi congresista, el primer problema sería con cuál quedarme. El primero, porque el segundo consistiría en poner su nombre en el sobre. Menuda papeleta: ni bajo tortura sería capaz de confesar la identidad de uno solo de los cuatro diputados que supuestamente me representan.


¿Les ocurrirá algo semejante a mis vecinos? De ser así, convendrán ustedes conmigo en que la relación de los votantes españoles con quienes dicen obrar en su nombre es mínima. Y si malo era el juicio que nos merecía un sistema electoral profundamente injusto por su falta de proporcionalidad, no sería menos malo si atendiésemos al sistema de listas cerradas en que se basa, que minimiza el papel del votante y convierte la posibilidad de control de los representantes por parte de sus representados en una entelequia. Quienes mañana premiarán o castigarán al diputado actual no serán los electores, sino quienes lo coloquen en mejor o peor lugar en las listas. La composición del Parlamento, pues, más que los votantes, la deciden las cúpulas de los partidos.

Así que mientras a la hora de ocupar cargos públicos prime sobre el trabajo y los méritos de los candidatos su capacidad de decir amén a las consignas partidistas –lo que alguien llamó el coeficiente de flexibilidad de su cerviz–, los españolitos pensaremos que gastarse los céntimos en ciertos sellos merecerá la pena... en Hollywood.