17 de julio de 2010

Sin bicicletas para el verano

COMO no soy estudiante, ni extranjero, ni –esto es lo peor– joven, no me encuentro entre quienes usaban el servicio de alquiler de bicicletas que el ayuntamiento de Cáceres puso en marcha hace unos meses. Pero eso no me impide opinar sobre la abrupta interrupción de una prestación cuyo coste inicial, de unos 100.000 euros, debiera haberle proporcionado más larga vida. El resultado de dividir ese coste entre el número de bicicletas que se adquirieron –100, según creo– debiera provocar la reflexión de todos. De quienes pagamos esos gastos y de los responsables de que el negocio, por así decir, parezca haber sido tan ruinoso. Son cosas que no contribuyen a que la gente acepte de buen grado la política de austeridad que se le impone.


Porque, situando este caso de las bicis en su contexto, lo sucedido es un capítulo más de una novela cuya acción transcurre en nuestra ciudad y que está resultando demasiado reiterativa. Una novela en uno de cuyos capítulos se organizan a lo loco y sin reparar en gastos actuaciones de cantantes y festivales y luego, como apenas si asisten a los mismos los organizadores y sus amigos, no hay forma de cuadrar los números. La novela que, en otras páginas, cuenta cómo se realizan obras públicas tan costosas como innecesarias, sobre las que la opinión de la gente se halla –en el mejor de los casos– dividida y cuyos resultados solo parecen satisfacer las inquietudes supuestamente vanguardistas de quienes las dirigen. La novela de proyectos culturales que se anuncian como vitales para la ciudad y que, tan rápidamente como surgen, desaparecen. La de multitudinarios viajes promocionales impropios de momentos como los presentes.

No me arrogaré la facultad de saber qué opinan los demás, pero creo no equivocarme si digo que entre los cacereños, cansados de fuegos artificiales, cunde cierto fatalismo; una dolorosa sensación de que las cosas no tienen remedio, de que nuestros políticos son unos ineptos. No todos lo serán, pero hay que ver cómo se empeñan algunos en hacernos pensar lo contrario.