9 de enero de 2010

Ibarra pasea, Molina patina

SI HAY UN ASUNTO sobre el que resulte difícil pronunciarse en los tiempos que corren, en los que Internet permite la transmisión inmediata y gratuita no solo de mera información, sino de gran variedad de creaciones artísticas, es el de los derechos de autor y, en su caso, cómo protegerlos. Por ello, porque no resulta fácil manifestarse sobre tema tan controvertido, tiene mérito el intento de Rodríguez Ibarra, en un reciente artículo en un periódico madrileño, por arrojar algo de luz al respecto.

Es cierto que, quizá mal acostumbrado por quienes en el pasado le reían todas sus ocurrencias, por poca gracia que algunas tuvieran, el ex presidente acaso haya simplificado en exceso su discurso contra el insaciable apetito de muchos autores (parapetados tras esa SGAE que, si la dejaran, cobraría hasta por ir silbando por la calle), arriesgándose a alguna réplica airada, pero no parece que en su artículo utilizara argumento alguno ad hominem ni incurriera en ofensas personales.

Justo lo contrario de lo que le ha ocurrido a Muñoz Molina, a quien, a la vista de su virulenta réplica al escrito de Ibarra (pulsad aquí para leer el primer texto y en este otro enlace para leer el segundo), han parecido preocuparle más la condición de jubilado de éste (cuatro veces menciona esa circunstancia en su respuesta), las comidas oficiales a las que asistió en sus tiempos de político en activo y la cuantía de su pensión, que los argumentos, consistentes o no, de nuestro hombre. No sé, por cierto, si la defensa a ultranza de la propiedad intelectual será de izquierdas, como tan belicosamente mantiene el afamado novelista, pero tampoco estoy seguro de que ingresar millones de por vida por una obra que no se tarda más de unos meses en producir sea signo irrefutable de progresismo.

Es lástima que a una tranquila reflexión propiciada por los “largos paseos” de nuestro locuaz jubilado, por sin norte que éstos sean, haya respondido un intelectual de la talla de Muñoz Molina con un patinazo impensable en quien hubiera antepuesto los intereses generales y la visión objetiva de un tema enormemente complejo a sus intereses particulares, por comprensibles que resulten.