SUPONGO que la expresión tan manida de jornada de reflexión, para referirse a un día como hoy, anterior al de unas elecciones, no aparecerá en ningún texto legal; pero, en cualquier caso, si alguna vez tuvo sentido lo perdió hace tiempo. Por varias razones. La principal, si decirlo no se considera una impertinencia, porque la reflexión es incompatible con la forma en que se desarrollan unas campañas electorales cada vez más superficiales, cuyos planteamientos se basan más en la ocurrencia, el chisme y en tirarse los aviones a la cabeza que en hacer pensar a la gente. Campañas que, además, ni como espectáculo tienen el atractivo que tuvieron años atrás. Los espacios de debate en televisión tienen escasa audiencia y los pabellones en que transcurren los mítines, como el del otro día en Badajoz, difícilmente ven todas sus plazas ocupadas.
Sería una pena que el poco interés despertado en la mayoría de la población por las elecciones al Parlamento Europeo fuera una manifestación de que en eso, según algunos, consiste la normalidad democrática: en que llamen de madrugada a tu casa y sea el lechero, en que nada despierte grandes pasiones, en que se dé por hecho que las cosas no van a cambiar porque ganen unos u otros. Sería una pena, pero la realidad es tozuda y, si se confirman las previsiones, la mitad de los electores se quedarán en casa o se irán tempranito a la playa. ¿Le importa eso a los candidatos de los grandes partidos, cada vez más parecidos a cómicos de ferias repitiendo con desgana, bolo tras bolo, frases hechas, eslóganes vacíos, tópicos y lugares comunes?
Hoy, sábado, víspera de la jornada electoral, intento recordar quiénes encabezaron la lista de los grandes partidos en las anteriores elecciones europeas. Me tengo por una persona relativamente bien informada, pero reconozco que no logro despejar mi duda. ¿Recuerda el lector la expectación que citas como la del domingo despertaban en tiempos de Suárez, Felipe González o Carrillo? ¿Tanto ha llovido desde entonces?