HACE CINCO o seis años tuve la fortuna de asistir a un inolvidable curso sobre Literatura en El Escorial. Inolvidable porque entre los ponentes se encontraban figuras como Ángel González, puro hueso en una permanente nube de humo, Vázquez Montalbán, de palabra tan precisa como tímida, Mario Benedetti, que cuando escribo estas líneas lucha por su supervivencia en un hospital de Montevideo... Escuchar a estos maestros, oír sus poemas en su propia voz, fue una experiencia maravillosa que permanecerá para siempre en mi memoria.
Benedetti, hombre comprometido políticamente, amigo de causas perdidas, repitió verdades como puños con su voz apenas audible: habló de Cuba, de las injusticias que aún perduran en el mundo, de la obligación de no permanecer en silencio ante ellas. Veo, por ejemplo, la cantidad de papel que en los últimos días han ocupado en los periódicos las tonterías sobre los modelitos lucidos por ciertas señoras en recientes actos en Madrid, la comparo con el espacio que esos mismos medios dedican a tragedias como la de Sri Lanka (vean, por favor, algunas fotos en www.boston.com/bigpicture/2009/04/refugees_in_sri_lanka.html) y la poca capacidad de asombro que aún me queda se ve colmada.
Pues bien, en el coloquio posterior a una lectura de poemas en aquel curso, una de las asistentes le preguntó a don Mario si él, que tanto y con tanta sencillez y belleza había escrito sobre los sentimientos, se había enamorado muchas veces. La respuesta fue antológica, y creo que se puede aplicar no sólo a asuntos de carácter personal, sino político, más aún en estos tiempos de tantas deserciones. "Llevo casado con la misma mujer", dijo el poeta, "cincuenta y siete años, de modo que constancia, al menos, no puede negárseme". En medio de los aplausos aún tuvo tiempo para añadir: "Sí, creo en la fidelidad". Hizo una pausa de varios segundos y remató, entre las sonrisas de los oyentes: "Pero sin fanatismos".
Ojalá la voz y la palabra de don Mario nos sigan acompañando por mucho tiempo.