HACE UNOS AÑOS, alumnas de bachillerato de un instituto extremeño posaron semidesnudas, en posturas que rozaban el mal gusto, para poner sus fotos en un calendario que venderían a fin de recaudar fondos para un viaje. De estudios, supongo. Parecían chicas mayores de edad y estaban en su derecho a posar como les viniera en gana, desde luego. Que el instituto no pusiera trabas a la experiencia me pareció, en cambio, poco compatible con los fines educativos que cabría atribuirle.
Supongo que aquella experiencia, también puesta en práctica por fornidos bomberos o jugadores de rugby, tuvo su origen en lo que sucedía en la célebre película irlandesa Full Monty, en la que se narraban las agridulces peripecias de un grupo de desempleados; pero lo que en la pantalla puede ser un ingenioso guión cinematográfico, resuelto con buen gusto, en la realidad acaso tenga unas connotaciones que, sin necesidad de estar afectado por esa dolencia de la corrección política, debiera molestar a más de un defensor de la dignidad de las personas.
He pensado en ello al enterarme de lo sucedido recientemente en una cárcel levantina (qué manía de llamar centros penitenciarios a las cárceles, como si el cambio de nombre modificase lo que son). Como se sabe, la dirección de la prisión organizó un espectáculo navideño para los internos en el que una joven realizó un completo strep-tease, al final del cual, según el sindicato de funcionarios que ha denunciado los hechos, “la joven una vez desnuda se embadurnó el cuerpo con leche condensada, se acercó a los internos” e hizo alguna otra maniobra que no voy a detallar.
Cuesta trabajo creer que todo transcurriera exactamente como lo cuenta el sindicato, pero me temo que haya sido posible. Se empieza considerando gracioso que unas jóvenes apenas adolescentes busquen fondos posando ligeras de ropa para un fotógrafo y se termina, como director de una prisión, organizando espectáculos para los presos que constituyen una flagrante desconsideración de su dignidad.