Sin aparente relación con lo anterior, al menos de momento, no necesito deciros a quienes leéis con cierta regularidad lo que voy colocando aquí, que me duele como si lo hicieran en mis propias carnes ese destrozo del lenguaje consistente en hablar, en aras de una pretendida igualdad de "género" (que, en todo caso, sería de sexo), de centro de formación de personas adultas, en lugar de centro de formación de adultos; de mi alumnado, para no decir mis alumnos; de la población universitaria, en fin, por no decir los universitarios… De modo que, como no he de seguir criterio alguno distinto del mío, en este particular asunto estoy de acuerdo con el académico de la Lengua tan justamente criticado en fechas recientes, cuando en un artículo publicado hoy mismo critica estas supuestas pruebas de progresismo y de estar a favor de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres que, a mi forma de ver, obedecen sobre todo al seguimiento de una moda que supongo tan pasajera como falta de fundamento.
Pero, ¡ojo! —y esta es en mi tercera consideración—: no hagamos demagogia al respecto; no digamos, como hace sin aportar ejemplos concretos el narcisista académico, que el profesor que no siga estos modos de hablar será sancionado por la administración educativa, no afirmemos que la "Junta de Andalucía no sólo lo manda (utilizar esta jerga), sino que ha creado unos inspectores lingüísticos que vigilarán aulas y patios de recreo, como en Cataluña". No lo digamos, si no podemos aportar una sola prueba de lo que decimos, ni, sobre todo, si al hacerlo y meter a Cataluña en el fregado, nos privaremos de razón en lo fundamental y evidenciaremos un anticatalanismo que en los casos más extremos puede cegar la razón de quien lo practica.